Irán anunció ayer que había probado con éxito una versión mejorada de su misil Sajjil 2, el más avanzado de su arsenal y capaz de alcanzar Israel. Esta nueva demostración de fuerza provocó una reacción inmediata y unánime de las potencias occidentales, frustradas ante su incapacidad para contener las ambiciones nucleares de los dirigentes iraníes. Los Gobiernos de Washington, París, Berlín y Londres dieron a entender que el desafío de Teherán incrementa la posibilidad de nuevas sanciones internacionales. Sin embargo, los otros dos países clave para que la medida tenga un mínimo de éxito, Rusia y China, mantuvieron silencio.
La televisión iraní mostró imágenes del lanzamiento de un cohete en una zona desértica y la estela que dejaba al elevarse hacia el cielo. El ministro de Defensa, el general Ahmad Vahidí, explicó que la nueva versión del Sajjil 2 puede dispararse más rápido y logra más velocidad que las anteriores, aunque no dio detalles. Según el locutor, tiene un alcance mayor al del Shahab 3, unos 2.000 kilómetros. A diferencia de otros misiles iraníes, el Sajjil 2 está propulsado por combustible sólido, lo que reduce el tiempo que cuesta tenerlo listo para el disparo y lo hace más preciso. También puede cargarse de antemano y moverse o esconderse en silos.
Vahidí presentó el misil como parte de los esfuerzos iraníes para aumentar su capacidad disuasoria ante un posible ataque extranjero. Sin embargo, la percepción es muy diferente fuera de Irán. Alemania calificó de "preocupante" el lanzamiento. Para Francia, "envía una muy mala señal a la comunidad internacional". Estados Unidos opinó que resta credibilidad a la insistencia de Irán en sus intenciones pacíficas. El primer ministro británico, Gordon Brown, fue más allá al sugerir que daba argumentos para "aumentar las sanciones".
En los últimos años, Irán ha intensificado el desarrollo de su programa misilístico, un esfuerzo que sólo añade preocupación a quienes sospechan de las intenciones militares de su empeño nuclear. Los expertos aducen que los misiles balísticos de medio y largo alcance, como es el caso del Shahab 3 y los Sajjil, resultan poco eficientes para cargas de explosivos convencionales.
Tampoco ayuda que el actual presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, cuestione cada dos por tres el derecho a la existencia de Israel. Y no hay que olvidar que ese país, como las bases de EE UU en la región e incluso el sureste de Europa, queda dentro del alcance de los nuevos misiles. Los militares, más cuidadosos, condicionan esa posibilidad como respuesta a un eventual ataque contra la República Islámica.
La amenaza pende como una espada de Damocles desde que Irán se negara a poner fin al programa nuclear que la comunidad internacional descubrió en el verano de 2002, tras 18 años de clandestinidad. Aunque las inspecciones de la ONU no han logrado pruebas irrefutables de que tenga un propósito militar, las inconsistencias, contradicciones y falta de transparencia de Teherán hacen temer lo peor. Sus portavoces insisten en que su único objetivo es producir energía nuclear. Sin embargo, periódicamente salen a la luz datos incompatibles con ese fin.
El pasado lunes, el diario británico The Times daba cuenta de un documento que, según diplomáticos y analistas, sugiere que Irán estaba trabajando a principios de 2007 en "un iniciador de neutrones", cuyo único uso conocido es detonar una bomba nuclear. El portavoz de Exteriores iraní dijo al día siguiente que la acusación carecía de fundamento. Pero Teherán se enfrenta a una cuarta ronda de sanciones en el Consejo de Seguridad tras la condena del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA) el mes pasado. Pero aunque las tres anteriores estén dificultando sus relaciones económicas y financieras con el resto del mundo, no han hecho mella en las ambiciones nucleares de sus dirigentes. De hecho, ayer mismo, un alto responsable de la empresa nacional de petróleo desestimó el paso dado la noche anterior por la Cámara de Representantes de EE UU para ampliar las sanciones unilaterales de ese país contra Irán a las empresas que le ayuden a abastecerse de gasolina.
La actual crisis de legitimidad que atraviesa la República Islámica tampoco facilita un cambio de rumbo. Justo ayer, el jefe del poder judicial, Sadeq Lariyaní, anunció que tiene "suficientes pruebas" de que los dirigentes de la oposición han conspirado contra el sistema tras las controvertidas elecciones del pasado junio. Sus palabras se interpretaron como un aviso de la inminente detención de Mir-Hosein Musaví y Mehdi Karrubí, algo que los sectores más duros del régimen llevan meses reclamando.
Vahidí presentó el misil como parte de los esfuerzos iraníes para aumentar su capacidad disuasoria ante un posible ataque extranjero. Sin embargo, la percepción es muy diferente fuera de Irán. Alemania calificó de "preocupante" el lanzamiento. Para Francia, "envía una muy mala señal a la comunidad internacional". Estados Unidos opinó que resta credibilidad a la insistencia de Irán en sus intenciones pacíficas. El primer ministro británico, Gordon Brown, fue más allá al sugerir que daba argumentos para "aumentar las sanciones".
En los últimos años, Irán ha intensificado el desarrollo de su programa misilístico, un esfuerzo que sólo añade preocupación a quienes sospechan de las intenciones militares de su empeño nuclear. Los expertos aducen que los misiles balísticos de medio y largo alcance, como es el caso del Shahab 3 y los Sajjil, resultan poco eficientes para cargas de explosivos convencionales.
Tampoco ayuda que el actual presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, cuestione cada dos por tres el derecho a la existencia de Israel. Y no hay que olvidar que ese país, como las bases de EE UU en la región e incluso el sureste de Europa, queda dentro del alcance de los nuevos misiles. Los militares, más cuidadosos, condicionan esa posibilidad como respuesta a un eventual ataque contra la República Islámica.
La amenaza pende como una espada de Damocles desde que Irán se negara a poner fin al programa nuclear que la comunidad internacional descubrió en el verano de 2002, tras 18 años de clandestinidad. Aunque las inspecciones de la ONU no han logrado pruebas irrefutables de que tenga un propósito militar, las inconsistencias, contradicciones y falta de transparencia de Teherán hacen temer lo peor. Sus portavoces insisten en que su único objetivo es producir energía nuclear. Sin embargo, periódicamente salen a la luz datos incompatibles con ese fin.
El pasado lunes, el diario británico The Times daba cuenta de un documento que, según diplomáticos y analistas, sugiere que Irán estaba trabajando a principios de 2007 en "un iniciador de neutrones", cuyo único uso conocido es detonar una bomba nuclear. El portavoz de Exteriores iraní dijo al día siguiente que la acusación carecía de fundamento. Pero Teherán se enfrenta a una cuarta ronda de sanciones en el Consejo de Seguridad tras la condena del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA) el mes pasado. Pero aunque las tres anteriores estén dificultando sus relaciones económicas y financieras con el resto del mundo, no han hecho mella en las ambiciones nucleares de sus dirigentes. De hecho, ayer mismo, un alto responsable de la empresa nacional de petróleo desestimó el paso dado la noche anterior por la Cámara de Representantes de EE UU para ampliar las sanciones unilaterales de ese país contra Irán a las empresas que le ayuden a abastecerse de gasolina.
La actual crisis de legitimidad que atraviesa la República Islámica tampoco facilita un cambio de rumbo. Justo ayer, el jefe del poder judicial, Sadeq Lariyaní, anunció que tiene "suficientes pruebas" de que los dirigentes de la oposición han conspirado contra el sistema tras las controvertidas elecciones del pasado junio. Sus palabras se interpretaron como un aviso de la inminente detención de Mir-Hosein Musaví y Mehdi Karrubí, algo que los sectores más duros del régimen llevan meses reclamando.
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